En Bogotá se usa para decir que toca esperar en una cola, normalmente eterna, para cualquier cosa. Puede ser en bancos, en TransMilenio, para sacar la cédula o hasta para comprar empanadas. Suena inocente, pero casi siempre implica paciencia, cansancio y ganas de renunciar a todo. Y hay que admitir que es muy bogotano quejarse mientras se hace fila.
"Parce, llevo hora y media haciendo fila en la Registraduría y apenas van en el turno 32, yo soy el 147, esto sí es tener fe en la vida."