Se dice cuando alguien se ha pegado un buen atracón de pastelitos y ha comido como si no hubiera un mañana. Acaba reventado, empachado pero feliz, con el azúcar disparado y cara de no poder con su alma. Es muy de sobremesa larga, bandeja de dulces delante y cero vergüenza, que para eso se ha venido a disfrutar.
"Entre los fardelejos, las rosquillas y las pastas de la abuela, Javi se puso fino de pastelitos y luego iba por la bodega rodando como un barril de vino"