Expresión que se usa cuando alguien está poniendo una atención brutal, escuchando con tantas ganas que parece que se va a dejar las orejas ahí pegadas. Suele decirse en coña cuando estás tan pendiente de una charla, un cotilleo o una bronca que no te enteras de nada más. Y oye, tiene su gracia imaginarse las orejas abandonadas.
"Estábamos rajando en la barra y el del taburete de al lado se dejó las orejas escuchando el salseo, ni tocó el vino ni el pincho de tortilla."