Se suelta cuando ves a alguien tan guapo, tan bien plantado o con tanta presencia que parece una obra de arte andante. No es solo que esté bueno, es que impone, te deja mirando como tonto y pensando que ahí hay arquitectura de la buena. Y oye, tiene su punto poético decirlo así.
"Entró el camarero nuevo al bar, alto, moreno y con traje ajustado, y mi colega soltó en voz alta: ¡Eso es un templo, chaval, menuda fachada y qué columnas!"