Se usa para hablar de una siesta larga, intensa y sin remordimientos, de esas en las que desapareces del mapa y te levantas sin saber ni qué día es. Es muy típica del sur, donde la siesta es casi deporte olímpico. Eso sí, mejor usarla en confianza, que el término tiene su puntito delicado.
"Hoy curré menos que el aire, me puse fino de cocido y me eché una siesta gitana que cuando desperté pensé que ya era lunes otra vez."
Esa cabezadita tras un plato de sacramentos que te deja más despejado que las cuevas del Sacromonte, perfecta para recuperar fuerzas y seguir el tablao abajo hasta el amanecer.
"Paco se quedó frito en el sofá después del ajo blanco; se echó una siesta gitana tan profunda que, al despertar, ya estaban poniendo churros en la plaza."
Cogerte tal descanso que el despertador se jubila y te despiertas más fresco que un jerezano al final de la Feria, sin importar a qué hora empezaste.
"Anoche me pasé con las sevillanas, hoy me he echado una siesta gitana y ya van tres cantaores amanecidos antes que yo."
Se usa en Andalucía para hablar de una siesta larguísima, de esas que no son cabezadita rápida sino apagón general con cambio de turno. Suele decirse en tono de broma, como quien avisa que va a desaparecer de la vida social un buen rato. Y oye, bien hecha, una siesta gitana te deja nuevo del cuerpo y del alma.
"Niño, después de ese plato de berza y los dos finos que te has metido, lo que te toca es echarte una siesta gitana y no despertar hasta que suenen los cohetes de la romería otra vez"
Un sueñecito después del flamenco que confunde a los relojes y deja a cada uno bailando al propio compás gitano, donde el tiempo se convierte en pura nostalgia.
"Adela encontró un sofá tan cómodo en La Judería que, al echarse una siesta gitana, pensó que despertaba en mil novecientos y olé."