La cena

Axel llegó a casa con la bolsa de las compras, la dejó en la cocina y se fue a hacer pis. Al mirarse en el espejo del baño, volvió a alegrarse una vez más por el excelente corte de pelo que Bruno le había hecho.

Sabía que aquella noche sería la última entre aquellas paredes. Pero estaba contento, con la aventura que tenía por delante solo podía imaginarse experiencias buenas. Seguramente también habría cosas malas, pero nuevas… y eso automáticamente las convertía en buenas.

Clara y Bruno estarían al llegar. Eva también vendría en breves instantes. Lo primero que hizo antes de ponerse a cocinar fue encender el altavoz, conectarlo a su móvil y poner música. Luego echó un vistazo en su habitación para comprobar una vez más que todo estaba preparado.

Y efectivamente, así era. Había donado todos sus cacharros inútiles y la ropa que ya no usaba a distintos conocidos. También había quitado todas las fotos que tenía pegadas en la pared junto a la cama y las había guardado en su mochila, que de hecho es casi lo único que quedaba en la habitación: una gran mochila verde llena hasta el último bolsillo.

Los últimos días había estado preparando qué llevar, qué no y por qué. Todo tenía utilidad… y algunas cosas incluso varias, como el tenedor con forma de cuchara que le serviría tanto para comer cereales como para pinchar los trozos de carne que haría en sus barbacoas.

Aparte de la mochila, lo único que quedaba era una montaña de cajas coloridas. Eran varios juegos de mesa. Iba a dejarlos en el apartamento, pero pensó que era una buena idea regalárselos a Bruno y Clara esa misma noche, después de jugar con ellos una vez más.

Le encantaba quedar con gente para jugar, charlar y pasar un rato agradable. Y ya que Bruno y Clara eran sus compis de juego más frecuentes, regalárselos a ellos era lo mejor, así seguirían usándose en lugar de acabar coleccionando polvo en alguna estantería.

En estos días alguna otra persona alquilaría el apartamento donde vivía, traería sus propias cosas y decoraría la habitación a su manera.

Curioso, cómo lo que para él era un final, para otra persona sería un comienzo.

Apagó la luz de su habitación y regresó a la cocina, donde la música aún sonaba desde el pequeño altavoz portátil. Sacó una tabla de madera, un cuchillo y se puso a cortar las verduras.

Qué alegría cocinar al ritmo de la música.

Pensó en lo fácil que es hacer algo sabroso y sano sin necesidad de gastar demasiada pasta en los restaurantes. Bastaba con comprar un par de ingredientes y ponerse manos a la obra.

Ya había cortado todos los pimientos verdes y justo iba a coger uno rojo cuando este empezó a rodar por la barra de la cocina.

Qué cosa más extraña.

El pimiento siguió rodando hasta caer dentro del fregadero.

Por un momento se asustó, pero enseguida se calmó. Las leyes de la naturaleza son siempre las mismas. Si el pimiento se había movido es porque obviamente algo le había hecho moverse. Y como allí no había nadie más que él, seguramente le habría dado con el codo. En realidad no era la primera vez.

Lo cogió, lo puso en la tabla y lo cortó a trozos, igual que los pimientos verdes. Acto seguido agarró una sartén, le puso aceite de oliva y la colocó sobre uno de los fogones de la hornilla.

Mientras esperaba un poco a calentar el aceite, sacó un par de dientes de ajo y los picó en pequeños trozos.

Estaba terminando de poner el ajo picado y los pimientos troceados en la sartén cuando la música se pausó y sonaron unas campanitas.

Era una notificación del móvil, alguien le había enviado un mensaje.

Miró la pantalla y leyó: "Hey Axel, al final no vamos esta noche, estamos cansados y vamos a ver una peli, que disfrutes del viaje, cuando vuelvas nos vemos bro!".

Un sentimiento frío le atravesó todo el cuerpo, la música seguía sonando, las verduras chisporroteaban en la sartén.

Dejó el móvil junto al altavoz y miró por la ventana de la cocina, pero solo encontró oscuridad. El sol se había ido por completo.

En fin, sabía que era un comportamiento normal ese de rajarse de los planes a última hora. También sabía lo difícil que es encontrar gente comprometida que hace lo que dice.

Normalmente dejaba de invitar a gente que siempre se raja a última hora, pero por lo general Bruno y Clara solían cumplir su palabra.

Una lástima no volver a verlos esa noche, pero bueno, cosas que pasan.

De todas formas, aún quedaba Eva, una chavala que le había gustado conocer. En el fondo casi que se alegró… tendría tiempo para conocerla mejor, saber más de su historia, parecía una tía guay.

Aunque igualmente dijo que llegaría sobre las nueve. Y ya eran las nueve y diez.

Miró a la sartén y disfrutó del espectáculo que allí dentro estaba sucediendo, del olor a pimientos salteándose sobre los trocitos de ajo bañados en aceite caliente.

Volvió la atención a la tabla y se dispuso a picar los calabacines y las pechugas de pollo. La música seguía sonando, haciendo bailar las neuronas de su cerebro. Estaba contento.

Una hora más tarde la cena estaba lista. Ni rastro de Eva. Lo que iba a ser una cena para cuatro y un buen rato de juegos de mesa, se convirtió en una cena para uno y un rato de reflexión.

Pero bueno, ¿para qué reflexionar tanto?

Se sirvió varias veces, le había salido una paella buenísima. Siguió escuchando música y se concentró en los sabores.

De repente una idea interesante se cruzó por su mente. ¿Para qué esperar a mañana?, ¿por qué no emprender su viaje hoy mismo?

Tenía ganas y nada que se lo impidiera. Tal como la idea se cruzó por su mente, él se abrazó a ella. Pues claro que sí.

Terminó de comérselo todo, limpió la sartén, los platos y agarró su mochila.

— Pues vamos — se dijo. Cogió también los juegos de mesa… su plan era dejárselos a Bruno y Clara en la puerta de la peluquería, así los verían al día siguiente y se alegrarían.

La noche estaba fresca, pero no hacía frío.

La mochila pesaba sobre su espalda, pero no demasiado.

Todo perfecto.

Recorrió el mismo camino que había hecho aquella tarde en dirección a la peluquería. Soltó los juegos a los pies de la puerta de cristal con el letrero de madera que decía "Cerrado" y siguió su camino avenida abajo.

Giró a la izquierda, siguió por varias avenidas más, cruzó un puente y allí el ambiente era diferente. Ya no había casas ni carreteras asfaltadas. El suelo era de tierra y en lugar de casas y farolas había árboles y oscuridad.

Había salido de la ciudad… y por alguna razón hasta el olor del aire era diferente.

Olía a libertad.

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