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En el bullicioso mercado, Axel descubre a una cantante callejera con un talento excepcional. Un encuentro inesperado que abre una nueva conexión antes de su partida.
Axel caminaba por la ciudad, pensando en los ingredientes que tenía que comprar para la paella de esta noche.
Unos cuantos calabacines, pimientos bien colorados, unas pechuguitas de pollo, gambas, calamares, almejas, arroz del bueno, … y poco más. En casa tenía suficiente aceite de oliva y especias que ya le tocaba gastar antes de irse.
Pronto llegó al mercado, que en aquel momento estaba bastante animado. Había vendedores promocionando sus productos y familias haciendo sus compras del fin de semana.
Fue entonces cuando escuchó una melodía cautivadora que flotaba por encima del murmullo general. La siguió, persiguiendo con sus oídos el rastro de aquella dulce voz.
Pasó junto a varios puestos de frutas y verduras.
— Uff, qué buena pinta, tengo que venir luego a comprar aquí — se dijo al pasar por delante de un puesto super colorido con frutas y verduras de increíble aspecto.
Allí al fondo, junto a una maleta roñosa, había una muchacha que cantaba con una dulzura tan cautivadora que casi parecía fantasía.
Se acercó para escuchar mejor, era sorprendente que nadie se quedase parado para escucharla. La gente pasaba de largo, con prisas, algunos hablando por teléfono, otros absortos en sus pensamientos…
Desde más cerca pudo concentrarse en la canción, en la voz… y en el divertido atuendo que llevaba puesto aquella muchacha. Junto a ella pudo ver también un gato bastante bonito. Tenía el cuerpo de color blanco y la cabeza salpicada de una mezcla de manchas marrones y negras.
En su mente se formó una imagen de la situación. Le gustaba tomar fotografías mentales de situaciones auténticas, como aquella. Regodearse en la belleza de los momentos cotidianos que pasan desapercibidos. Saboreó durante un rato la estampa que tenía delante, de una muchacha y un gato, pausados en el incesante y fugaz río de personas. Una melodía clara, suave y magnética que sonaba entre cientos de melodías sin forma, entre el ruido.
La muchacha que cantaba se percató de cómo Axel permanecía allí, clavado en el suelo como un árbol milenario. En su rostro se dibujaron tenues las líneas de una sonrisa, pero no dejó de cantar. Era una canción extraña, frases enigmáticas acompañadas de largos silencios y bellos sonidos que tenían la capacidad de transportar a quienes prestaran atención.
De repente un ladrido sonó fuerte, acompañado de otros ladridos aún más fuertes. Todos los allí presentes se pararon en seco, la muchacha dejó de cantar. El gato de manchas marrones y negras se asustó. Se puso de pie con el rabo inflado de miedo, observando con ojos como platos al perro que ladraba.
Un perro gordo y baboso intentaba acercarse al animal asustado… y ya se lo habría comido si no fuese por la correa que tiraba de él. Tras la correa, un hombre igual de gordo y casi tan baboso como el perro escupía palabras igual de malsonantes que los ladridos.
— Maldito gato imbécil, ¡vete de aquí! — decía.
La muchacha y el gato permanecieron estáticos. En cierto modo aquello también era una estampa auténtica.
— Que te vayas de aquí — continuó el hombre con furia mientras el perro seguía ladrando. — Sucia hippie, ponte a trabajar y deja de molestar a la gente — añadió.
Axel se acercó a la escena y dirigió su palabra al hombre furioso.
— Oye tronco, no le hables así a la chavala, que no te ha hecho nada.
— Que quite a ese gato pulgoso de aquí, está molestando a mi perro.
Axel soltó una carcajada. No quería haberlo hecho, pero fue una reacción natural. La estupidez solía ocasionarle risa. Aún así, se recompuso y volvió a hablar.
— ¿Por qué no sigues tu camino y ya está?
El hombre furioso estuvo a punto de soltar algo más por la boca, pero se lo tragó. El perro había dejado de ladrar y el gato se había puesto a dar vueltas alrededor de las piernas de la chica.
Entre gruñidos, el hombre tiró de la correa y siguió caminando.
— Vamos Duque, que le den a estos hippies — dijo antes de proseguir su ruta y desaparecer entre la muchedumbre.
— Gracias — escuchó Axel de la misma voz que segundos antes había estado cantando. La muchacha le miraba sonriente.
— Qué triste, cuantos infelices hay por el mundo últimamente — respondió él.
— Bueno, entonces tienes suerte de no ser uno de ellos.
Claro, simple pero cierto, pensó él sin decir nada. Ella volvió a hablar.
— Me llamo Eva.
— Guay, yo soy Axel, encantado.
Se estrecharon la mano. El gato se acercó y le olisqueó los pies.
— Parece que le caes bien — dijo ella.
— Sí, jaja, bueno, pues qué bien… — respondió Axel contento — Ah, oye, cantas super bien eh, ¡me encanta!
— Pues parece que eres el único que me ha echado cuenta en toda la tarde.
— ¿Cómo se llama la canción que estabas cantando?, mola mucho.
— No lo sé, no me gusta ponerle nombre a mis canciones.
Axel se quedó sorprendido — Entonces… ¿es tu propia canción? ¡vaya!
— Bueno, me gusta cantar lo que pasa por mi imaginación en el momento, me dejo llevar.
— Wow, eso suena maravilloso. Pues tienes un talento increíble eh.
Eva se quedó callada, sonriente.
El gato jugueteaba con los cordones de los zapatos de Axel.
— Oye — añadió el chico — esta noche voy a hacer una cena de despedida con unos amigos, te puedes venir si quieres. También vamos a jugar juegos de mesa después de la cena.
Eva se quedó en silencio. Miró al gato, luego a él.
— Solo si puedo llevar a Fay — dijo finalmente, en un cariñoso tono burlón.
Axel estaba sorprendido, aquello era una aceptación a su invitación.
— ¡Claro!, bueno… no me dejan llevar animales al apartamento, pero es mi último día aquí, así que me da igual.
— ¿Hacia dónde te marchas? — preguntó ella curiosa.
No supo muy bien cómo contestar a eso.
— Pues no lo sé, sólo sé que es hora de cambiar de ciudad. Voy al norte a ver qué encuentro.
— ¿Pero te marchas para siempre? ¿y a qué parte exactamente? — su curiosidad era intensa y sincera, quería saber más.
Axel no paraba de sonreír — Bueno, para siempre… jeje, nada es para siempre, ¿no crees?, pero sí, me voy y no sé si volveré o no. Tampoco quiero saberlo.
— Ah… ¡entiendo! ¿vas a buscarte a ti mismo?
Hubo un momento de pausa.
— Pues… en realidad no… — respondió pensando si contarle la historia de la pizza que le había hecho decidir todo este viaje — digamos que me voy a buscar una aventura — añadió con entusiasmo.
— Qué chulo, me encanta ese plan.
Eva prefirió no preguntar más. Sentía curiosidad sobre la vida del muchacho. Pero no quería abusar de su amabilidad.
Siguieron charlando un rato de otras cosas. Luego Axel le dijo la dirección de su apartamento y se despidió para ir a hacer las compras necesarias.
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