Era una noche muy esperada en la plaza del pueblo. El cine local estaba a reventar, lleno de personas emocionadas por el estreno de una nueva película de aventuras. Las luces del cartel brillaban alegremente y una larga fila de espectadores esperaba con paciencia su turno para pasar el control de entrada.
Salpicón, un Magikito muy astuto, se encontraba entre ellos. Con su gorro puntiagudo lleno de cascabeles, observaba a la multitud con curiosidad. Le encantaba ver a tantas personas juntas, sobre todo cuando estaban contentas.
De pronto apareció Ronaldo, un ricachón solitario e impaciente, acostumbrado a estar siempre por encima de todos. Se coló delante de todos, dejando atrás a niños y ancianos que esperaban con ilusión. Salpicón frunció el ceño; no le gustaba que la gente actuara de manera egoísta. Así que pensó que lo mejor era darle una lección de modales a esta persona.
Se deslizó sigilosamente entre el público y llegó hasta el señor egoísta, donde con agilidad y talento preparó una salsa de tomates bien maduros. Le agregó un espesante mágico y entre risas traviesas, empapó completamente el ticket con el que Ronaldo quería acceder al cine.
El papel, ahora mojado y cubierto de manchas rojas, se volvió casi ilegible. Pero él, sin darse cuenta de lo ocurrido, se dirigió con confianza hacia el control de la entrada. Y cuando entregó su billete, el encargado levantó una ceja, y luego la otra.
—Lo siento, señor —le dijo con firmeza—, pero no puedo aceptar su ticket en estas condiciones. Está completamente manchado de… ¿salsa de tomate?
Ronaldo miró su ticket con sorpresa, sus ojos se abrieron como platos. Intentó limpiarlo con las manos, pero gracias al espesante mágico solo logró mancharse los dedos aún más, hasta el punto que no se veía nada.
—¡Pero yo lo compré hace un momento! —protestó, intentando explicar—. No sé cómo se ensució… quizás por la pizza que me he comido antes de venir.
—No importa cómo sucedió, señor. Sin un ticket válido, no puede entrar —replicó el encargado
—Bueno, pues dame otra y déjame entrar, tengo dinero de sobra.
Sacó una cartera llena de billetes de su bolsillo y se la mostró al controlador.
—Lamento decirle que todas las entradas ya están agotadas. Por favor quítese de la fila y deje pasar a los demás, gracias.
Ronaldo se quedó allí, boquiabierto y aturdido, mientras el resto de la fila avanzaba con una sonrisa satisfecha. Salpicón, oculto tras una planta decorativa, soltó una pequeña risa y chasqueó los dedos nuevamente. Una leve brisa mágica pasó por el cine, y todos los presentes pudieron oler un delicioso aroma a tomate con albahaca fresca. La magia estaba hecha.
Mientras el egoísta ricachón se retiraba enfadado, el resto de los asistentes continuó entrando al cine con alegría. Estaban contentísimos y con unas ganas enormes de ver por fin la tan esperada película.
Salpicón observó desde su escondite, sonriendo con satisfacción. Sabía que a veces, una pequeña travesura podía enseñar grandes lecciones. Con una risita más, se preparó para su próxima aventura, contento de haber aportado un poco de justicia aquella noche y, por supuesto, un sabroso toque de salsa de tomate.