Era un día común en una peluquería del barrio, un sitio pequeño y modesto pero lleno de vida, sobre todo gracias a la pared de cristal que dejaba pasar la luz natural y las plantas colgadas que adornaban el lugar. En este acogedor rincón, la vida transcurría entre tijeras y peines, y la risa era casi tan frecuente como el sonido de los secadores. Pero no todos los que estaban allí eran visibles a simple vista. Al menos no para todo el mundo.
Risitas, un Magikito travieso, observaba con atención el ambiente desde la estantería de tintes para el cabello. Amaba las bromas y los juegos, y tenía un don especial para percibir las emociones humanas. Este pequeño ser, apenas más alto que una regla de 20 centímetros y vestido con ropas de colores vibrantes, tenía una misión: traer un poco de su magia a quienes más lo necesitaban.
Aquella mañana, una mujer elegante entró en la peluquería. Su presencia era tan fría como una noche de invierno, y su actitud distante pronto llenó el ambiente de una tensión palpable. El peluquero, Bruno, que estaba hablando alegremente con su cliente, dejó de hablar y se concentró en la tarea. Axel, el joven a quien Bruno estaba pelando, también se quedó callado, observando de reojo en el espejo a aquella elegante mujer de actitud estúpida, y pensando en los motivos que llevan a una persona a vivir sin alegría.
Clara, la risueña estilista de cabello corto, intentó sin éxito aligerar el aire con su habitual charla alegre y despreocupada. Ella no se dejaría contaminar por las ondas negativas que aquella mujer transmitía.
Pero no había manera, era fría y tosca, y cada frase que soltaba era incluso peor que la anterior. Tras algunos breves diálogos secos, ella estaba sentada en el sillón mientras Clara trabajaba con su impoluto y brillante cabello dorado. Pensó que lo mejor era hacer un buen trabajo y terminar lo antes posible.
Nadie hablaba, y lo único que podía oírse era la aburrida melodía de un silencio incómodo.
Risitas, sintiendo la necesidad de intervenir, se deslizó sigilosamente hacia donde la mujer había colocado sus pies perfectamente alineados. Sacando un rotulador de su pequeña bolsa de cuero, dibujó rápidamente una sonrisa en uno de los exquisitos zapatos blancos de la mujer. Para Risitas, esto no era solo una travesura, sino un hechizo mágico, diseñado para que quien lo llevase tuviera que sonreír de manera forzada.
La mujer, al terminar su sesión, se puso de pie y echó un último vistazo a su reflejo en el espejo. La verdad que Clara había hecho un trabajo impecable, aunque ella no tenía ninguna intención de expresar gratitud, ni directa ni indirectamente. Al bajar la vista, la sonrisa pintada en su zapato capturó su atención. Abrió la boca con furia para gritar de rabia, pero de repente sus labios volvieron a unirse y una sonrisa gigante se esbozó en su rostro sin que ella pudiera evitarlo.
—¡Me encanta! —gritó con entusiasmo.
—¿De verdad? —respondió Clara super confundida.
Bruno y Axel también se sorprendieron, y se alegraron al ver que aquella mujer estaba agradeciendo el trabajo de Clara.
—De hecho me siento mucho mejor ahora, ¡gracias por tu trabajo tan excelente! —acto seguido abrió su cartera de cuero y sacó cinco grandes monedas de oro, que entregó a Clara con una sonrisa inmensa aún dibujada en el rostro. —Quédate con el cambio por favor, te mereces esto y mucho más.
Sin más palabras, salió de la peluquería tarareando una canción animada.
Axel, Bruno y Clara estaban perplejos. Y felices siguieron con sus cosas.
Risitas, satisfecho con su travesura, había vuelto a su escondite en la estantería de tintes, contento de haber podido transformar las energías del lugar.