Era un lunes por la mañana en la escuela. El aula era bonita y estaba bastante bien decorada, parecía un lugar perfecto para aprender y pasarlo bien, pero los alumnos estaban en sus pupitres observando con caras de preocupación al temido profesor Rogelio, conocido por sus aires de superioridad y sus exámenes imposibles.
Hoy no era la excepción. El maestro se paseaba con una sonrisa malévola mientras repartía las hojas llenas de preguntas absurdas. «Define el número exacto de estrellas visibles desde el hemisferio sur en invierno», decía una pregunta. «¿Cuál es el color favorito de un camello?» ponía en otra.
Los estudiantes, desconcertados, miraban sus papeles sin saber qué hacer. Era muy importante para ellos aprobar este examen para salir pronto de la escuela y encontrar un trabajo.
Desde el rincón más oscuro del aula, un pequeño ser observaba la escena con gran interés. Era Lumnito, un Magikito vestido con ropa hecha de hojas de árboles que vivía en el bosque y al que de vez en cuando le gustaba entrar en las escuelas para aprender cosas interesantes.
Lumnito ya había ido a muchas clases y sabía diferenciar perfectamente entre un profesor bueno y uno que solo quiere presumir de conocimientos pero no sabe explicarlos.
También sentía una especial compasión por los alumnos cuando el profesor era injusto, y el caso de Rogelio le parecía el ejemplo perfecto. Esas preguntas claramente no servían para nada, y encima eran super difíciles de responder. Así que se acomodó en su pequeño asiento invisible y chasqueó los dedos, listo para comenzar su travesura.
De repente, la puerta del aula se abrió de golpe. Todos los ojos se volvieron hacia la entrada, donde apareció el director Fermín, un hombre serio pero justo, que había oído rumores sobre las prácticas del profesor Rogelio. «¡Profesor!», exclamó con voz firme, «He decidido que hoy usted también hará este examen. Es más, tendrá que aprobarlo para conservar su trabajo.»
El rostro del profesor Rogelio se puso blanco como el papel que acababa de repartir. «¡¿Yo?! Pero… ¡eso es absurdo!», balbuceó. Sin embargo, el Director no cedió. «Si es lo suficientemente bueno para tus alumnos, también lo será para ti,» respondió.
Con manos temblorosas, Rogelio tomó una copia del examen y se sentó a intentar responder las preguntas. Miraba fijamente el papel, con una gota de sudor deslizándose por su frente. “¿Cuál es el número de hojas exactas en el árbol más viejo del bosque?” leyó en voz alta. “Esto… ¡esto no tiene ningún sentido!”, se quejó, mientras el resto de los estudiantes contenían una risa de nervioso alivio.
Lumnito, desde su rincón, disfrutaba de la escena. Se acercó discretamente al escritorio del profesor y, con un suave gesto de sus dedos mágicos, hizo que el lápiz de Rogelio comenzara a moverse solo, escribiendo respuestas aún más ridículas: «El camello prefiere el color púrpura los martes» y «El árbol más viejo cambia sus hojas al ritmo de la luna». Rogelio intentaba frenéticamente borrar las respuestas, pero el lápiz seguía escribiendo sin control, mientras los estudiantes miraban boquiabiertos.
El director Fermín, después de observar durante un rato, interrumpió. «Es evidente, profesor Rogelio, que ni siquiera usted puede responder a sus propias preguntas. A partir de hoy, sus exámenes serán revisados por un comité de alumnos.» El aula estalló en aplausos.
El profesor Rogelio, rojo de vergüenza, bajó la cabeza. «Está bien,» murmuró, «Me esforzaré por hacer preguntas más normales a partir de ahora.»
Lumnito, satisfecho, sonrió desde su escondite y se despidió con un brillo de luz, listo para su próxima aventura. Y así, con una pizca de magia y justicia, Lumnito logró que aquella escuela fuera un lugar un poco más justo para todos.