Era una mañana soleada en un jardín de la comunidad de vecinos de Ribadeo, un espacio verde rodeado de altos edificios donde los vecinos cultivaban flores y hortalizas con esmero.
Sin embargo, el ambiente estaba lejos de ser tan alegre como las flores que bordeaban los senderos. Don Ernesto, un hombre mayor conocido por su mal genio, caminaba entre las plantas refunfuñando. «Nada crece bien aquí, siempre es lo mismo, hojas rotas y tallos secos!», repetía mientras examinaba las hojas con gesto de desaprobación. Los demás jardineros, que solían disfrutar de la paz del lugar, se sentían incómodos ante sus constantes quejas.
Entre los arbustos, oculto entre las sombras, un pequeño ser mágico observaba con atención. Se llamaba Hojitas, un Magikito amante de la naturaleza, con un sombrero hecho de pétalos y un abrigo de hojas. Su misión era sencilla pero poderosa: devolver la alegría y la vitalidad al jardín y a quienes lo cuidaban.
Esa mañana, al ver la frustración de Don Ernesto, Hojitas decidió actuar. Se deslizó silenciosamente entre las plantas hasta el área más descuidada del jardín, donde la tierra parecía seca y sin vida. Con un movimiento rápido, sacó de su pequeño morral un puñado de semillas mágicas, brillantes como caramelos. Las lanzó suavemente al suelo y, con un chasquido de sus diminutos dedos, activó el hechizo.
Las semillas brotaron de inmediato, transformándose en una explosión de flores coloridas y vibrantes que se extendieron rápidamente, llenando de vida todo a su alrededor. Los demás jardineros, sorprendidos, comenzaron a congregarse alrededor de este inesperado milagro.
Don Ernesto, al ver el cambio repentino, se acercó desconfiado. «¿Qué… qué ha pasado aquí?», murmuró mientras tocaba una de las flores, su expresión endurecida empezando a suavizarse. Sin poder evitarlo, una sonrisa se dibujó en su rostro. «Nunca había visto algo así», admitió en voz baja.
Los otros jardineros lo rodearon, compartiendo su asombro y alegría. En poco tiempo, Don Ernesto, el hombre que siempre había criticado todo, se encontraba ayudando a sus vecinos, aconsejándoles cómo cuidar mejor las plantas y hasta riendo junto a ellos.
Desde su escondite entre las ramas, Hojitas observaba la transformación con una sonrisa satisfecha. Su trabajo aquí estaba hecho. Con el jardín ahora lleno de vida y la comunidad más unida que nunca, Hojitas se despidió en silencio, listo para llevar su magia a otro rincón necesitado.