Era una tarde de verano, en un tren repleto de viajeros. Los vagones, normalmente un lugar de tránsito tranquilo y rutinario, vibraban con la tensión de un pasajero particularmente gruñón. Jorge, conocido por su mal humor, escupía quejas al aire que resonaban más fuerte que el ruido de las conversaciones. «¡Este tren siempre está lleno! ¡La gente debería ir en bici!», exclamaba.
«El alcalde debería comprar trenes más grandes, y poner más vagones, y más horarios!». No paraba de quejarse, haciendo que el ambiente se cargara de pesadez y mal rollo.
En uno de los asientos, oculto por su pequeñez y camuflaje mágico, estaba Chispitas, un Magikito juguetón con un gorro tejido a mano y una chaqueta de parches coloridos. Este pequeño ser mágico, siempre atento a las emociones humanas, sintió la urgencia de suavizar el ambiente.
Mientras el tren avanzaba, Chispitas se deslizó sigilosamente hacia Jorge, sacando una pequeña bolsita de su propia chaqueta. Con un gesto discreto, liberó un polvo brillante que se esparció lentamente por el aire, mezclándose con la brisa que entraba por las ventanas abiertas del vagón.
El efecto fue casi inmediato. El polvo mágico, al ser inhalado por los pasajeros, empezó a hacer efecto. Jorge, después de un profundo suspiro, cerró los ojos y, al abrirlos, su ceño fruncido había desaparecido. Mirando a su alrededor, pareció notar por primera vez las caras de sus compañeros de viaje, y una sonrisa tímida comenzó a formarse en su rostro.
«¿Sabéis? Tal vez no es tan malo viajar acompañado», comentó a la persona que tenía al lado, quien respondió con un gesto de asombro y alivio. «Por cierto, ¿de dónde vienes?, ¿cómo te ha ido el día?». La conversación se fue esparciendo por el vagón como una ola de calidez, y pronto, risas y charlas amenas llenaron el espacio que antes ocupaban las quejas.
Chispitas, satisfecho con la transformación, observó desde su escondite cómo el ambiente en el tren se había aligerado. La magia había hecho su efecto, y mientras el tren seguía su curso, la armonía se había restaurado.
Al llegar a la próxima estación, Jorge se levantó con una energía renovada y, al salir, le ofreció su asiento a un nuevo pasajero con un «¡Buen viaje!» alegre. Chispitas, viendo que su tarea estaba completa, se preparaba para la próxima aventura, sabiendo que cada pequeño acto de magia dejaba el mundo un poco mejor.